miércoles, 3 de febrero de 2010

CRÍTICA EN SEMANA CERO SOBRE EL GOLFO DE LOS POETAS ( Ruben Darío Fernández, 21/1/10)


No acabo de encontrarme con esta novela. Digamos encontrarme cara a cara, dejar que me hable con absoluta libertad, o más bien con absoluta claridad. Este texto, eso sí, está cargado de perlas. Además van en racimos. Así como aparece una, van cayendo otras a su lado. Transcribo unas representantes de ellas: “Protégete de la belleza como de la enfermedad. Lo sabían, nadie podrá perdonar tu hermosura, no sabes cuántos peligros encierra.” “La juventud no es más que un tibio ensayo de la vida.” “Probablemente no sea el hombre más que una oscura edad en el largo devenir de los huesos.” “Un día, una tarde, pueden resumir una vida: Remordimientos, deseo, fiebre.” “Te escuchan porque vienes del otro lado del dolor.” Cada una de ellas en su contexto multiplica por cien su fuerza, sin duda. (Hay que leerlo, pues.) Hay muchas más, muchísimas más y para todos los gustos, como ésta: “No hay mejor espejo para reconocerte que la expresión ajena.” (No la comparto, pero seguro que a muchos lectores esta expresión les hará mella.)
El protagonista de esta novela, Leo Carver, es un escritor en las horas más bajas de su carrera y de su vida. Además de un alcoholismo incipiente, padece pérdidas de memoria reciente, por lo que hace uso de unas libretas donde va apuntando el transcurrir de sus días, como forma, es de pensar, de preservar su identidad. (¿Habría identidad sin memoria?) Con su mujer, una amiga de su mujer y su hija, pasará unos días de vacaciones en una costa italiana, el golfo de los Poetas, con la finalidad de poner en orden un margen de tiempo de su juventud, que parece ser que hace de ancla para la satisfactoria sucesión de sus días.
En cuanto a su desarrollo, y a mi pesar, la novela se me asemeja a un muelle que a fuerza de estirarlo perdió su fuerza, su tensión. Aunque esto que digo tampoco es demasiado cierto, pues precisamente el que uno desee seguir encontrando las perlas que va lanzando Fernando Clemot por el golfo de los Poetas, es una tensión, una intriga, que no nos deja aparcar la lectura hasta nueva orden, al irnos encontrando con, al menos para mí, demasiado espacio repetido que alarga los desenlaces. Lo que se extendió demasiado, entonces, fue la tensión. A mí me hubiera encantado esta historia en una novela más breve, o incluso en un relato corto. Entonces habría sido como un buen disparo a bocajarro.
Sin embargo, como contrapunto al tempo de la novela, Fernando Clemot escribe sin rodeos morales, con absoluta libertad para los sentimientos, para el interior humano. Deja libre a la bestia como quien libera una paloma de su encierro. Hay mucho mérito en ello, y eso sí se lo agradecí en la lectura. Es una escritura visceral, pero que también reflexiona.
Al escribir esto se me aclara el porqué la novela no me hablaba con libertad, con claridad, con franqueza. Por un lado, hay sentimientos humanos fuera de la jaula. Y por otro, una distancia, que se me hizo grande, entre los portadores de los sentimientos -cada uno de los personajes- y los sentimientos mismos. Creo que la edad de los personajes es la clave de que no encajen algunas piezas. Hay sentimientos de la juventud extrapolados a la edad madura, casi a una vejez, a un fin de camino, que no acaban de encajar. Al menos, al que suscribe, claro. Cada lectura es un mundo y esta es la mía.
De la trama, no diré ni mú. Sólo que se reconoce mucho trabajo en ella, muchas idas y venidas para encontrar los enlaces adecuados. (Aunque a veces, con tanta distancia textual entre enlaces, que igual se echa de menos un texto más rebajado.)
En global, la novela merece y mucho su lectura, ya sea para ir desenterrando las perlas, para ir recibiendo más de una bofetada, para notar cómo se nos activa, por momentos, los flujos interiores del deseo o para meditar sobre la memoria y sus recovecos, sus embustes y sus carencias.
Ojo, su lectura tanto puede abrir llagas en la carne de más de uno, como hacerlas cerrar.

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